Pues, así como participamos abundantemente en los sufrimientos de Cristo, así también por medio de él tenemos abundante consuelo.
2 Corintios 1:5
En los tiempos de los apóstoles, predicar el evangelio no era tarea fácil. No porque no hubiesen medios como el Internet o teléfonos celulares, sino porque en aquel entonces era duramente castigado por la tradición religiosa de la época. Pues los líderes religiosos y políticos de la época no soportaban el mensaje de la cruz y perseguían, azotaban, encarcelaban e incluso asesinaban a quien lo predicara.
Sin embargo, los apóstoles y centenares de ministros después de ellos, dieron gustosos sus vidas haciendo a un lado cualquier comodidad que el mundo les pudiera ofrecer porque tenían la certeza de que aquel por quien daban su vida era fiel y justos para darles su merecida recompensa, así como Cristo, quien se despojó de si mismo y fue recompensado con el trono celestial.
La bienaventuranza de los que predican
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