A lo largo del relato de los evangelios, vemos como, entre otras cosas, Jesús iba sanando enfermedades entre los que se acercaban a él. Nótese que él no iba de casa en casa preguntando quién estaba enfermo para sanarlo, sino que él iba predicando el evangelio y haciendo señales que demostraran el genuino interés de Dios, y obviamente el suyo, de ayudar a los necesitados.
Ahora bien, una cosa es estar enfermo y otra muy distinta es creer que Dios tiene el poder de hacer un milagro y por ende ir a buscarlo. Eso es lo que marca la diferencia entre quien busca con diligencia a aquel que puede y quiere hacer un milagro, y quien se queda de brazos cruzados lamentándose de su condición. Es cierto que todos tenemos problemas de una u otra índole, pero Dios está esperando que cada uno de nosotros se levante de su lugar y vaya a él demostrando así que tiene fe en aquel que todo lo puede.