8 de septiembre de 2020

Ante Dios todo el que cree y le obedece es igual de digno de él


Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
1 Corintios 12:13

Hasta la llegada de Cristo, los únicos que tenían acceso al conocimiento de Dios y por medio de las obras de la ley podían llegar a agradarle, eran los judíos, es decir, los descendientes de los patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob. Sin embargo todo cambió cuando vino Cristo y con su sangre firmo un nuevo pacto de Dios con la humanidad.

La buena noticia es que a partir de ese momento ya no habría ante Dios distinción alguna entre judíos y gentiles, es decir, no judios. Sino que todo aquel que escuchara la predicación de los apóstoles y los ministros fieles que vendrían después de ellos y de corazón aceptaran cambiar su estilo de vida para agradar a Dios, serían llamados hijos de Dios y herederos de todas las promesas y bendiciones descritas en su Palabra.
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