Todos fuimos bautizados por un solo Espíritu para constituir un solo cuerpo —ya seamos judíos o gentiles, esclavos o libres—, y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
1 Corintios 12:13
Hasta la llegada de Cristo, los únicos que tenían acceso al conocimiento de Dios y por medio de las obras de la ley podían llegar a agradarle, eran los judíos, es decir, los descendientes de los patriarcas Abrahám, Isaac y Jacob. Sin embargo todo cambió cuando vino Cristo y con su sangre firmo un nuevo pacto de Dios con la humanidad.
La buena noticia es que a partir de ese momento ya no habría ante Dios distinción alguna entre judíos y gentiles, es decir, no judios. Sino que todo aquel que escuchara la predicación de los apóstoles y los ministros fieles que vendrían después de ellos y de corazón aceptaran cambiar su estilo de vida para agradar a Dios, serían llamados hijos de Dios y herederos de todas las promesas y bendiciones descritas en su Palabra.